Narciso no llegó con un arpón en la mano, sino con un girasol y un amor de cuento. Prendió la primera llama para luego salvarme del incendio y me sedujo con ese traje de príncipe que resguardaba a un dragón. Se convirtió en mi lugar seguro, en el agua que necesitaba para sobrevivir. Me ató los pies y se encargó de hacerme olvidar que alguna vez, antes de él, esos pies fueron aletas. ‹‹Le escribí cientos de cartas que nunca envié, y aunque todas ellas gritaban ¨vuelve¨, eran la única forma que tenía de aprender a dejarle ir››.